viernes, 31 de agosto de 2007

MARÍAS Y PÉREZ-REVERTE

Capitanalatriste.com (Martes, 21 de agosto de 2007)

El agua y el aceite

LA NACION los quería juntos y Arturo Pérez-Reverte le propuso a su colega y sin embargo amigo Javier Marías el hotel Palace de Madrid para conversar sobre la vida y la escritura, con un ojo en la Argentina. Nosotros estuvimos en medio, como el árbitro de un partido de tenis, sin intervenir casi, escuchando. Antes de subir a la suite que había sugerido el primero como lugar en el que recoger la conversación que sigue, nos encontramos en medio de la enorme cúpula del hotel más sugerente de Madrid, donde confluyen escritores y políticos (un día se encontró allí Guillermo Cabrera Infante con Octavio Paz, que hablaba con el socialista Alfonso Guerra: "Allí van Guerra y Paz", dijo el cubano). Bajo esa cúpula, en este lugar exacto, aquí, es donde Jorge Luis Borges decía que le parecía ver. "Veo sombras, veo el amarillo; es tan humano el amarillo", me dijo aquí abajo el gran escritor argentino. ¿Y no será la habitación a la que vamos donde estuvo Borges?, bromeó Silvia Pisani, la corresponsal del diario,que condujo con mucha suavidad profesional los prolegómenos de este encuentro.

Juntarlos fue fácil; bastó que Jorge Fernández Díaz y el editor Fernando Esteves, de Alfaguara, expresaran su deseo de ver -o leer- qué pasaba si se ponían a hablar juntos, para que Arturo Pérez-Reverte, a punto de hacer un viaje en barco, y Javier Marías, que acababa de terminar su nueva novela y se iba a tomar unas semanas de asueto fuera de la ciudad, aceptaran una fecha, una hora y un sitio. El sitio -digo- lo propuso Reverte, y en la suite que le buscaron estuvimos hablando casi dos horas, que prolongamos luego comiendo pollo tal como lo preparan los chinos, en el restaurante chino que hay junto a esa cúpula del Palace. Pusimos el micrófono y fueron ellos los que condujeron, casi solos, lo que luego van a leer ustedes.

Son dos de los grandes novelistas de la generación española del 82, por citar una cifra emblemática de la modernización de España, cuando acabó del todo, por así decirlo, el franquismo. Marías había empezado a escribir antes, en los entornos literarios del gran Juan Benet, y Arturo Pérez-Reverte, que fue también un importante reportero, comenzó después a hacerse muy notorio en las librerías españolas. Hoy los dos son traducidos, leídos, admirados y criticados en muchísimas lenguas, sus artículos en la prensa (los de Marías, desde hace años, en El País y los de Pérez-Reverte, en El Semanal del Grupo Correo) son objeto de grandes polémicas entre los lectores; sus comparecencias públicas en conferencias, en firmas de libros, en presentaciones son aquí multitudinarias, y en el caso de Pérez-Reverte, que se prodiga más desde hace años en otros territorios, es ya un escritor tan popular y reconocido aquí como en México (donde sucede la acción de su novela La reina del Sur, pronto en el cine) y en la Argentina.

Son amigos además y eso es notorio en su conversación y en sus gestos. Hacía pocos días que no se veían, porque se encuentran cada semana para cenar. Cuando invita Arturo, van a Casa Lucio, que es popular por sus huevos estrellados, por ejemplo, y cuando invita Javier, se ven en un restaurante de buenos chuletones y de merluza exquisita en la misma zona, el Viejo Madrid, donde suceden muchas de las aventuras del capitán Alatriste y donde Marías reside desde hace años. Ahora los dos son, además de colegas en la literatura, compañeros en la Academia, para la que acaba de ser elegido Javier Marías. Esa perspectiva de estar juntos en la docta institución que cuida, fija y hace brillar el idioma los hace muy felices; Arturo le explica a Javier lo que se va a encontrar allí y lo hace con el entusiasmo de quien ya conoce el viaje; Javier no sabe aún cuándo va a pronunciar el discurso de ingreso, pero ya se hace una idea de lo que va a pasar cuando ya se siente en el sillón que le corresponde. Sabe de la Academia, además, porque su padre, el filósofo Julián Marías, que fue y es tan querido en la Argentina como en España, estuvo años y años, hasta que falleció recientemente. Javier no quiso nunca que lo propusieran para ser miembro de la Academia mientras su padre estuviera allí, y fue después de su fallecimiento cuando dijo sí a la sugerencia.

Son colegas y sin embargo amigos. Fue fácil juntarlos, fue fascinante escucharlos. El resultado está aquí.

A.: -También he tenido decepciones de grupos. Cuando eres chico crees en la causa común, en la lealtad; yo estoy educado en códigos, en la palabra dada, en la lealtad, en la idea de que no has de mentir jamás Después te das cuenta, en el propio patio del colegio o en la propia vida, de que estás bastante solo, de que esa idea idílica del mundo solidario pues que no existe, no funciona Y me di cuenta de que los libros no te fallan jamás.

A.: -Yo no soy escritor, soy novelista. Cuento historias, tengo varios objetivos: el de entretener a la gente, el de entretenerme yo, el de recrear mi mundo, el de rendir homenaje a mis cosas Hay una panoplia de motivos. El novelista es alguien que tiene un proyecto de vida, es como si tuviera una casa que va amueblando. Cada novela es una habitación que has amueblado. Yo supongo que en mi caso es como si reescribiera todos los libros que he leído, añadiendo la vida que he ido viviendo. Quien mucho anda y mucho lee mucho sabe, dijo Cervantes, y yo quise ser lector desde muy niño, y leí muchísimo, y he viajado constantemente El libro es el lugar donde puedes encajar las cosas que estás viviendo. Sin los libros, no hay contexto. Los libros me han ayudado a clarificar mi vida, lo que hago es reescribirlos. Reescribir a Homero y a Virgilio, a Conrad, a Dostoievski. Yo escribo porque escribo en un mundo de libros, de recuerdos, de imaginación, ajusto cuentas con la memoria. Estoy en un mundo en el que soy muy feliz y que me permite aguantar toda la mierda, la detestable realidad que hay.

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